lunes, 10 de agosto de 2009

Mis escenas favoritas 4 (Una noche en el Monte Pelado, 1940)





¡Y qué canguelo me daba cuando era pequeño! Pero vista sin la inocencia de un niño, confieso que disfruto con la música de Mussorgsky y esta pieza "satánica" de Fantasía de Disney.

miércoles, 13 de mayo de 2009

La Estela del sueño en la Esfinge


Entre las patas delanteras de la Gran Esfinge de Giza se encuentra una estela de granito de 3,6 metros de altura y 15 toneladas de peso conocida como la Estela del Sueño. La misma fue erigida allí en la XVIII Dinastía por el faraón Tutmosis IV en su primer año de reinado (alrededor del 1400 a.C.).

Tal y como refleja el texto de la estela, es decir, después de más de 1100 años desde que la Gran Esfinge fuera tallada en la roca de la meseta de Giza probablemente bajo el reinado de Khafra (Kefrén), de la IV Dinastía. Esta estela en realidad es un dintel procedente de una puerta del templo funerario de Khafra.

La parte superior de la Estela del Sueño nos muestra a Tutmosis IV realizando ofrendas y haciendo libaciones a la Esfinge, donde los jeroglíficos la identifican con Horemakhet (Horus del Horizonte, el dios con el que los egipcios del Imperio Nuevo identificaban a la misma). Después, comienza un texto (desgraciadamente no íntegro) que nos cuenta como un día de cacería, el aún príncipe Tutmosis se quedó dormido al lado de la Esfinge, que por entonces estaba medio cubierta por la arena del desierto, y tuvo un sueño. En el mismo, la Esfinge se presentaba ante él como una fusión de dioses solares y le pedía que le retirase la arena que la cubría. A cambio, la Esfinge le prometió que algún día sería faraón. Dicho y hecho, el príncipe Tutmosis hizo caso a lo que la Esfinge le había pedido y finalmente ésta cumplió su palabra y aquel joven príncipe se convirtió en el faraón Tutmosis IV. Efectivamente, las pruebas arqueológicas demuestran que Tutmosis IV fue el primero en realizar trabajos de restauración en la Gran Esfinge.

Amenhotep II (1427-1400 a.C.), padre de Tutmosis IV, no había designado un sucesor, y al respecto existen indicios de que pudo haber una disputa entre sus hijos para acceder al trono. Así, tenemos que en Giza, los hermanos de Tutmosis habían erigido una serie de estelas en el templo que Amenhotep II había construido al lado de la Esfinge. parece ser que los dueños de estas estelas sufrieron una especie de damnatio memoriae, ya que las mismas se encontraron rotas y con los nombres borrados, y sólo podemos especular qué ocurrió. Sea como sea, finalmente fue Tutmosis IV quien se hizo con el trono. La siguiente imagen pertenece a una de esas estelas:


estelagiza.jpg
"Uno de aquellos días sucedió que el príncipe Tutmosis llegó de un viaje hacia la hora del mediodía. Tras tumbarse a la sombra de este gran dios, se sumió en un profundo sueño en el que vio cómo tomaba posesión de él en el preciso momento en que el sol alcanzaba el cénit. A continuación, vio cómo la Majestad de este noble dios hablaba a través de su propia boca del mismo modo en que un padre se dirige a su hijo, y decía: 'Mírame, obsérvame, Tutmosis, hijo mío. Soy tu padre Horemakhet-Khepri-Ra-Atum. Te daré el trono de la tierra de los vivientes y llevarás la Corona Blanca y la Corona Roja sobre el trono de Geb, el heredero. La tierra será tuya en toda su extensión, así como cuanto ilumina el ojo del Señor de Todo. Recibirás provisiones abundantes del interior de las Dos Tierras y de todos los países extranjeros, así como una vida larga en años. Mi rostro lleva fijándose en ti desde hace muchos años; mi corazón te pertenece, y tú me perteneces a mí. Fíjate: estoy destrozado y mi cuerpo está en ruinas. La arena del desierto sobre la que solía estar ahora me cubre casi por completo. He estado esperando para que puedas hacer lo que está en mi corazón, pues sé muy bien que tú eres mi hijo y protector. Acércate: estoy contigo, yo soy tu guía'. Al finalizar el discurso, este príncipe miró fijamente, pues acababa de escuchar estas palabras del Señor de Todo. Después de entender las palabras de este dios, llevó el silencio a su corazón. A continuación, exclamó: 'Venid, dirijámonos al templo de la población, donde tal vez dejen de lado las ofrendas a este dios. Nosotros le obsequiaremos con ganado y todo tipo de hortalizas, y dirigiremos nuestras oraciones a aquellos que nos precedieron...'".

jueves, 9 de abril de 2009

Mis escenas favoritas 3: Sin City

La serie Sin City, de Frank Miller, recupera para el cómic el "Genero negro" con un arte visual muy original y atractivo basado en los claroscuros. La película de 2005 llevó al cine casi viñeta por viñeta tres historias de la obra de Miller. El principio de la película es una historia independiente del resto del largomentraje...y me parece de lo mejorcito de ella. Aunque en la versión original no dice "una seneridad salvaje" sino "un grito desesperado". Traductores traidores (a veces).


sábado, 7 de marzo de 2009

Como sobrevivir a un cuento de hadas, según Neil Gaiman:



Toca la puerta de madera que ves en el muro y que nunca habías visto antes.

Di "por favor" antes de abrir el pestillo,

entra,

baja por el sendero.

La puerta está pintada de verde

Tiene una aldaba, un diablillo rojo

No lo toques, te morderá los dedos.

Atraviesa la casa.

No cojas nada. No comas nada.

No obstante, si alguna criatura te dice que tiene hambre, aliméntala.

Si te dice que está sucia, lávala.

Si grita que le duele, si puedes, alivia su dolor.

Desde el jardín trasero podrás ver el bosque salvaje.

Pasarás frente a un pozo muy hondo que conduce al reino del Invierno;

Hay otro país distinto allí al fondo.

Si te das la vuelta aquí,

podrás volver atrás, a salvo;

no será ningún desdoro.

No pensaré mal de tí.


Una vez hayas atravesado el jardín entrarás en el bosque.

Los árboles son viejos.

Hay ojos escudriñando desde la maleza.

Bajo un roble retorcido se sienta una anciana.

Quizás te pida algo; dáselo.

Ella te indicará el camino al castillo.

En él hay tres princesas.

No te fíes de la más joven.

Sigue adelante.

En el claro tras el castillo los doce meses del año están sentados junto a una hoguera, calentando sus pies,

intercambiando cuentos.

Tal vez te concedan sus favores, si eres amable.

Tal vez podrás coger fresas en la escarcha de Diciembre.


Confía en los lobos, pero no les digas dónde vas.

Podrás cruzar el río en el transbordador.

El patrón te llevará.

(La respuesta a su pregunta es esta:

"Si pasa el remo a su pasajero, será libre de abandonar el barco"

Asegurate de estar lejos antes de decirselo.)

Si un águila te da una pluma, guárdala bien.

Recuerda: los gigantes tienen un sueño muy pesado;

las brujas son a menudo traicionadas por sus apetitos;

los dragones siempre tienen un punto débil, en alguna parte;

los corazones pueden esconderse bien y tu lengua podría delatarlos.

No tengas celos de tu hermana:

las rosas y los diamantes son tan incomodos al salir de tu boca como los sapos y las culebras.

Más fríos, además, y más afilados, y cortan.

Recuerda tu nombre.

No pierdas la esperanza. Aquello que buscas lo encontrarás.

Confía en los fantasmas. Confía en aquellos a los que has ayudado,

pues te ayudarán a su vez.

Confía en los sueños.

Confía en tu corazón y confía en tu historia.

Cuando regreses, vuelve por el mismo camino por el que te fuiste.

Los favores serán devueltos, las deudas pagadas.

No olvides tus modales.

No mires atrás.

Cabalga sobre el águila sabia (no te caerás)

Cabalga sobre el pez plateado (no te ahogarás)

Cabalga sobre el lobo gris (agarrate fuerte a su pelaje)

Hay un gusano en el corazón de la torre; es por eso que no aguantará en pie.

Cuando llegues a la casitadonde comenzó tu viaje,

la reconocerás,

aunque te parecerá mucho más pequeña de lo que recordabas.

Sube por el sendero, y atraviesa la puerta del jardín,

la que nunca viste antes, solo una vez.

Y entonces vuelve al hogar.

O construye uno nuevo.

O descansa.

jueves, 15 de enero de 2009

Los gatos de Ulthar (H.P. Lovecraft)

Se dice que en Ulthar, que se encuentra más allá del río Skai, ningún hombre puede matar a un gato; y ciertamente lo puedo creer mientras contemplo a aquel que descansa ronroneando frente al fuego. Porque el gato es críptico, y cercano a aquellas cosas extrañas que el hombre no puede ver. Es el alma del antiguo Egipto, y el portador de historias de ciudades olvidadas en Meroe y Ophir. Es pariente de los señores de la selva, y heredero de los secretos de la remota y siniestra África. La Esfinge es su prima, y él habla su idioma; pero es más antiguo que la Esfinge y recuerda aquello que ella ha olvidado.


En Ulthar, antes de que los ciudadanos prohibieran la matanza de los gatos, vivía un viejo campesino y su esposa, quienes se deleitaban en atrapar y asesinar a los gatos de los vecinos. Por qué lo hacían, no lo sé; excepto que muchos odian la voz del gato en la noche, y les parece mal que los gatos corran furtivamente por patios y jardines al atardecer. Pero cualquiera fuera la razón, este viejo y su mujer se deleitaban atrapando y matando a cada gato que se acercara a su cabaña; y, a partir de los ruidos que se escuchaban después de anochecer, varios lugareños imaginaban que la manera de asesinarlos era extremadamente peculiar. Pero los aldeanos no discutían estas cosas con el viejo y su mujer; debido a la expresión habitual de sus marchitos rostros, y porque su cabaña era tan pequeña y estaba tan oscuramente escondida bajo unos desparramados robles en un descuidado patio trasero. La verdad era, que por más que los dueños de los gatos odiaran a estas extrañas personas, les temían más; y, en vez de confrontarlos como asesinos brutales, solamente tenían cuidado de que ninguna mascota o ratonero apreciado, fuera a desviarse hacia la remota cabaña, bajo los oscuros árboles. Cuando por algún inevitable descuido algún gato era perdido de vista, y se escuchaban ruidos después del anochecer, el perdedor se lamentaría impotente; o se consolaría agradeciendo al Destino que no era uno de sus hijos el que de esa manera había desaparecido. Pues la gente de Ulthar era simple, y no sabía de dónde vinieron todos los gatos.

Un día, una caravana de extraños peregrinos procedentes del Sur entró a las estrechas y empedradas calles de Ulthar. Oscuros eran aquellos peregrinos, y diferentes a los otros vagabundos que pasaban por la ciudad dos veces al año. En el mercado vieron la fortuna a cambio de plata, y compraron alegres cuentas a los mercaderes. Cuál era la tierra de estos peregrinos, nadie podía decirlo; pero se les vio entregados a extrañas oraciones, y que habían pintado en los costados de sus carros extrañas figuras, de cuerpos humanos con cabezas de gatos, águilas, carneros y leones. Y el líder de la caravana llevaba un tocado con dos cuernos, y un curioso disco entre los cuernos.

En esta singular caravana había un niño pequeño sin padre ni madre, sino con sólo un gatito negro a quien cuidar. La plaga no había sido generosa con él, mas le había dejado esta pequeña y peluda cosa para mitigar su dolor; y cuando uno es muy joven, uno puede encontrar un gran alivio en las vivaces travesuras de un gatito negro. De esta forma, el niño, al que la gente oscura llamaba Menes, sonreía más frecuentemente de lo que lloraba mientras se sentaba jugando con su gracioso gatito en los escalones de un carro pintado de manera extraña.

Durante la tercera mañana de estadía de los peregrinos en Ulthar, Menes no pudo encontrar a su gatito; y mientras sollozaba en voz alta en el mercado, ciertos aldeanos le contaron del viejo y su mujer, y de los ruidos escuchados por la noche. Y al escuchar esto, sus sollozos dieron paso a la reflexión, y finalmente a la oración. Estiró sus brazos hacia el sol y rezó en un idioma que ningún aldeano pudo entender; aunque no se esforzaron mucho en hacerlo, pues su atención fue absorbida por el cielo y por las formas extrañas que las nubes estaban asumiendo. Esto era muy peculiar, pues mientras el pequeño niño pronunciaba su petición, parecían formarse arriba las figuras sombrías y nebulosas de cosas exóticas; de criaturas híbridas coronadas con discos de costados astados. La naturaleza está llena de ilusiones como esa para impresionar al imaginativo.

Aquella noche los errantes dejaron Ulthar, y no fueron vistos nunca más. Y los dueños de casa se preocuparon al darse cuenta de que en toda la villa no había ningún gato. De cada hogar el gato familiar había desaparecido; los gatos pequeños y los grandes, negros, grises, rayados, amarillos y blancos. Kranon el Anciano, el burgomaestre, juró que la gente siniestra se había llevado a los gatos como venganza por la muerte del gatito de Menes, y maldijo a la caravana y al pequeño niño. Pero Nith, el enjuto notario, declaró que el viejo campesino y su esposa eran probablemente los más sospechosos; pues su odio por los gatos era notorio y, con creces, descarado. Pese a esto, nadie osó quejarse ante la dupla siniestra, a pesar de que Atal, el hijo del posadero, juró que había visto a todos los gatos de Ulthar al atardecer en aquel patio maldito bajo los árboles. Caminaban en círculos lenta y solemnemente alrededor de la cabaña, dos en una línea, como realizando algún rito de las bestias, del que nada se ha oído. Los aldeanos no supieron cuánto creer de un niño tan pequeño; y aunque temían que el malvado par había hechizado a los gatos hacia su muerte, preferían no confrontar al viejo campesino hasta encontrárselo afuera de su oscuro y repelente patio.

De este modo Ulthar se durmió en un infructuoso enfado; y cuando la gente despertó al amanecer ¡he aquí que cada gato estaba de vuelta en su acostumbrado fogón! Grandes y pequeños, negros, grises, rayados, amarillos y blancos, ninguno faltaba. Aparecieron muy brillantes y gordos, y sonoros con ronroneante satisfacción. Los ciudadanos comentaban unos con otros sobre el suceso, y se maravillaban no poco. Kranon el Anciano nuevamente insistió en que era la gente siniestra quien se los había llevado, puesto que los gatos no volvían con vida de la cabaña del viejo y su mujer. Pero todos estuvieron de acuerdo en una cosa: que la negativa de todos los gatos a comer sus porciones de carne o a beber de sus platillos de leche era extremadamente curiosa. Y durante dos días enteros los gatos de Ulthar, brillantes y lánguidos, no tocaron su comida, sino que solamente dormitaron ante el fuego o bajo el sol.

Pasó una semana entera antes de que los aldeanos notaran que, en la cabaña bajo los árboles, no se prendían luces al atardecer. Luego, el enjuto Nith recalcó que nadie había visto al viejo y a su mujer desde la noche en que los gatos estuvieron fuera. La semana siguiente, el burgomaestre decidió vencer sus miedos y llamar a la silenciosa morada, como un asunto del deber, aunque fue cuidadoso de llevar consigo, como testigos, a Shang, el herrero, y a Thul, el cortador de piedras. Y cuando hubieron echado abajo la frágil puerta sólo encontraron lo siguiente: dos esqueletos humanos limpiamente descarnados sobre el suelo de tierra, y una variedad de singulares insectos arrastrándose por las esquinas sombrías.

Posteriormente hubo mucho que comentar entre los ciudadanos de Ulthar. Zath, el forense, discutió largamente con Nith, el enjuto notario; y Kranon y Shang y Thul fueron abrumados con preguntas. Incluso el pequeño Atal, el hijo del posadero, fue detenidamente interrogado y, como recompensa, le dieron una fruta confitada. Hablaron del viejo campesino y su esposa, de la caravana de siniestros peregrinos, del pequeño Menes y de su gatito negro, de la oración de Menes y del cielo durante aquella plegaria, de los actos de los gatos la noche en que se fue la caravana, o de lo que luego se encontró en la cabaña bajo los árboles, en aquel repugnante patio.

Y, finalmente, los ciudadanos aprobaron aquella extraordinaria ley, la que es referida por los mercaderes en Hatheg y discutida por los viajeros en Nir, a saber, que en Ulthar ningún hombre puede matar a un gato.